Nosotros y mañana. Apuntes sobre un sujeto y su contexto

Nosotros y mañana[1]. Apuntes sobre un sujeto y su contexto.[a]
Ernesto Oroza, 2024

Este libro que hacemos con los amigos de FIEBRE recoge una selección de fotografías tomadas en Cuba desde el principio de la década de los noventa y hasta el presente. Son fotografías de objetos y soluciones creadas por las familias cubanas para paliar la crisis económica acentuada con la desaparición paulatina del bloque comunista del Este desde 1989. Acompañan a este archivo fotográfico textos recientes que actualizan ideas y preguntas que me asaltaron desde los años inaugurales de la investigación.

Acercarme como creador e investigador a este fenómeno—con las preguntas que se hace alguien que estudió Diseño Gráfico e Industrial—, y hacerlo además desde lo colectivo, son dos aspectos que modulan y expanden de forma significativa este estudio. Lo he hecho repetidas veces como parte de colectivos o en colaboración, primero integrando el Gabinete de Diseño Ordo Amoris (1994-1996), después junto a la diseñadora francesa Penélope De Bozzi (1999), con el Laboratorio Mal de ojo (en los primeros años del 2000), y desde siempre en compañía o en discusión con muchos otros colegas, amigos y familiares, entre los que destaco a la arquitecta e investigadora noruega Mira Kongstein, con quien aún converso sobre estos tópicos.

Aún cuando los textos recogidos aquí describen el lugar y el tiempo de desarrollo de este fenómeno productivo vernáculo, es necesario ofrecer otros elementos del ámbito  social, económico y político que enmarca este trabajo. Creo prudente, además, introducir el contexto general de ideas que condicionó mis decisiones intelectuales para acércame, cumpliendo diferentes roles, a este fenómeno productivo cubano.

Período Especial fue el eufemismo de ocasión utilizado por Fidel Castro para anunciar la crisis económica que impactó a Cuba desde inicios de los años noventa. Su objetivo, como indican las palabras período y especial, era otorgarle a la debacle que se avecinaba, e instalar en el imaginario de la población, un posible carácter transitorio. El término participaba de la misma retórica o noción de transitoriedad y provisionalidad que atraviesa la vida en los países que practican el socialismo[2] en la concepción marxista-leninista: régimen considerado teóricamente un período de tránsito del capitalismo hacía el estadío final el comunismo. Este argumento, devenido coartada, le ha permitido al gobierno que ostenta desde 1959 el poder en la isla, sostenerse indefinidamente y equivocarse sin límites a costa del sacrificio del pueblo. El calificativo completo, como quedó registrado y se repitió hasta la saciedad por los medios de comunicación del régimen en Cuba, fue “Período Especial en Tiempos de Paz”.

En 1991 Castro se dirigió a la población en televisión nacional con el objetivo de alertar de la inminente crisis, pero eludió responsabilizarse por el mal manejo de los fondos del país, e inauguró el verbo “desmerengamiento” para referirse despectivamente sobre el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética (URSS). Hasta esa fecha Cuba había tenido intercambios económicos beneficiosos con los países socialistas, especialmente a través del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), una organización internacional regida por la URSS y que involucraba en Europa a países socialistas como Bulgaria, la antigua Yugoslavia, Rumania, Polonia, Alemania Oriental, Hungría, y la ahora separada Checoslovaquia. Los intercambios a precios subsidiados con estos países respondían a estrategias políticas de ese bloque socialista del Este en América Latina. Las negociaciones del gobierno cubano con los nuevos líderes en esas naciones, devenidas exsocialistas, terminaron siempre en la misma respuesta: Cuba solo recibirá crudo y otros recursos indispensables cuando se pagara por éstos en los precios establecidos en el mercado internacional. El petróleo dejó de llegar de la Unión Soviética sencillamente porque ese país dejó de existir. La falta del combustible significó masivos cortes eléctricos a lo largo del país, tanto para los sectores residenciales como productivos, también la reducción casi total de los medios de transporte públicos y privados, así como de los sistemas de distribución de bienes; igual significó un cambio drástico en los modos de alimentación y la conservación de alimentos.

El gobierno ya no podía esconder lo que muchos detractores habían sostenido por años: la isla había sido un satélite y colonia de la otrora Unión Soviética en la región. Los recursos provenientes de los intercambios altamente beneficiosos habían sido gestionados de forma arbitraria, diezmados por la corrupción, y subordinados a los intereses militaristas de Castro.

Abrir el país al turismo internacional —hasta entonces prohibido por los controles soviéticos del CAME—, y la implantación de la Ley 141 (1993)[3] que permitía, limitaba y regulaba el trabajo por cuenta propia,  dio paso a un ligero reflote económico que no vio frutos hasta muy avanzada la década.

En 1991, la casa de publicaciones de las Fuerzas Armadas conocida como Editorial Verde Olivo publicó un manual de sobrevivencia titulado El libro de la familia. La publicación incluía ideas tomadas de manuales del tipo “hágalo usted mismo”, de Cuba y de países de habla hispana, como la versión en castellano de Mecánica Popular que circula en México. El libro de la familia fue gestado de manera conjunta por el ejército y la Federación de Mujeres Cubanas, encabezadas respectivamente por el matrimonio de Raúl Castro y Vilma Espín. El objetivo de la editorial fue que el libro se distribuyera entre los oficiales y soldados para que lo llevaran a sus barrios y asi diseminaran recetas y soluciones para la vida cotidiana entre sus familiares y vecinos. La editorial reconoció haber recibido entre 1991 y parte de 1992 cientos de propuestas espontáneas desde todos los rincones del país con instrucciones, dibujos, fotos de soluciones a necesidades concretas de la población, que empleaban recursos y herramientas por lo general comunes a todos. Los campos de producción incluían la agricultura, cría de animales, alimentación, higiene y salud, transporte, creación de artículos de uso doméstico y su mantenimiento, producción de materiales de construcción, fuentes de energía, medios para el deporte, medios de enseñanza, juguetes y artesanía, entre otros. Con el envío de estas propuestas los ciudadanos pedían a la editorial su inclusión en un nuevo manual. El material recibido se editó para conformar el segundo libro titulado Con nuestros propios esfuerzos. Si El libro de la familia ofrecía soluciones a problemas que algunos tenían en Cuba, o instruía en el uso de herramientas y recursos inaccesibles en ese entonces, el segundo libro había sido supurado por las experiencias de los individuos y las familias de las distintas regiones de la isla durante el primer año de la crisis. Si bien muchas soluciones pertenecen al ámbito del hogar, muchas otras fueron creadas para atender necesidades escolares y laborales. En este sentido la publicación Con nuestros propios esfuerzos puede considerarse el primer registro del fenómeno productivo que me interesó investigar.

El decreto para la liberación del trabajo por cuenta propia, la apertura al turismo internacional, la remoción –no declarada por el gobierno–, de los inspectores[4] cuyo trabajo consistía en controlar irregularidades, por ejemplo, en la transformación de viviendas, y la publicación de los dos libros mencionados, fueron gestos pequeños en comparación con el derroche de ingenio que estalló en los hogares y las calles cubanas.

La masiva protesta de 1994 (conocida como “El Maleconazo”) que precedió al famoso éxodo del mismo año,[5] mostró al unísono la profunda inconformidad de la gente y la clara intención del gobierno de mantenerse en el poder por la fuerza. En el mismo momento que algunos cubanos convirtieron automóviles en botes para escapar de la isla, y otros añadieron motores de sierras mecánicas a bicicletas para aliviar los problemas de transporte de las familias, el gobierno diseñó e invirtió miles de dólares en la producción del “Corojo”, un pequeño auto antimotines producido en la base militar del poblado Managua, en Ciudad de la Habana, para reprimir las futuras revueltas.

Algunos lectores se preguntarán por el papel que ha jugado el embargo norteamericano en esta interminable crisis. Ahí ha estado, golpeando nuestras costas con olas de distintas alturas e intensidades, incluso desde antes de la llegada de Castro al poder, en 1958 el presidente estadounidense Eisenhower dispuso un embargo contra el anterior tirano de la isla, Fulgencio Batista, para evitar su adquisición de armas durante su contienda contra las guerrillas comandadas por los hermanos Castro. Soy de los que piensa que el embargo provee de una coartada al ineficiente régimen, pues aburre escucharlos justificar con él cada una de sus incapacidades y arbitrariedades. Pero sabemos, que cuando el embargo se flexibilizó, durante el mandato del presidente Barack Obama, por ejemplo, la represión del régimen contra la población se recrudeció.

Otro ente maléfico disturba a la gente en la isla. Lo hemos nombrado por años el “bloqueo interno”. Aunque la producción popular de Cuba que nos interesa revisar se ha hecho conocida fuera del país como una expresión de resistencia frente al embargo norteamericano, los cubanos sabemos que esta producción ha tenido como único enemigo este bloqueo interno: un compendio de políticas gubernamentales que han operado como restricciones sostenidas por seis décadas, impedimentos, obstáculos a cualquier actividad independiente ya sea social, política o económica. Se trata de políticas aplicadas de forma arbitraria y muchas veces inconstitucional, diseñadas para limitar la producción de bienes y servicios por parte de los ciudadanos. Por ejemplo, un impulso editorial como FIEBRE sería impensable en la isla. Recientemente la Gaceta Oficial de la República de Cuba (No.78 del 2024) publicó el Decreto 107 con una lista de 125 actividades no autorizadas a ejercerse por las micro, pequeñas y medianas empresas privadas, cooperativas no agropecuarias y trabajadores por cuenta propia. La lectura de esta lista permite una actualización, aunque parcial, de la implantación del citado bloqueo interno. Cada sector productivo tiene su recua de limitaciones absurdas, pero listo aquí una breve selección de actividades de producción cultural no autorizadas: edición y maquetación de libros, directorios y listas de correos, periódicos, tabloides y revistas en cualquier formato o soporte; actividades de bibliotecas físicas o digitales, archivos y centros de información; actividades de grupos, circos o compañías, orquestas o bandas; el ejercicio profesional con fines de comercialización sin representación estatal a artistas sea de forma individual o colectiva; actividades de periodistas; actividades de programación cultural de música, artes escénicas, libros, artes plásticas, cine, patrimonio y trabajo cultural comunitario. Remarco esta última: “se prohíbe la realización de trabajo cultural comunitario”. Es decir, el régimen niega el derecho de cualquier persona de realizar actividades culturales en su comunidad si no está subordinada a alguna dependencia oficial.

Más allá de las prohibiciones aberrantes, por inhumanas, hay otro subterfugio que hace profundamente vulnerable a la ciudadanía, me refiero al ámbito y el empleo de lo alegal.Los vacíos legales intencionales desamparan a creadores y productores, y en general a toda la población. Algunos se dan a través de una doble emisión tramposa, por ejemplo: el reciente Decreto 107 prohíbe una actividad similar a la práctica del Paquete Semanal,[6] y a unas semanas de su publicación –y para apaciguar las quejas y rumores de la población– algunos funcionarios negaron la inclusión de éste en la lista de prohibiciones, aun cuando coincide en su descripción. Estas maniobras de creación de contextos alegales o de ambigüedad permiten a la policía política elaborar expedientes judiciales que pueden ser utilizados en contra de cualquier individuo tan pronto exprese una disidencia política. La negación histórica de prisioneros políticos por parte de la dictadura se basa en la conformación de expedientes criminales en los cuales las víctimas son mostradas poseyendo cuatro sacos viejos de cemento, por poner el ejemplo del artista y activista Luis Manuel Otero Alcántara acusado por el régimen del delito de receptación en el 2017, con el objetivo de obstruir la realización de la #00 Bienal de La Habana, que el artista co-organizó.

He evitado desde siempre operar como un informante e incluso que se me tome como tal. El informante es ese individuo local que en los campos de las ciencias sociales traduce e informa sobre los hábitos y costumbres de su comunidad, de la manera más objetiva posible —sin sesgos, dicen— a investigadores sociales, locales o extranjeros, casi siempre ajenos al contexto y las problemáticas que estudian. Mi práctica de registro está emponzoñada y contaminada por las tácticas que estudio. Mis registros tienen una función crítica, retan mis propias preconcepciones e ideas —e incluso sobre lo que es un registro—, y pretenden estimular conversaciones y debates con mis coterráneos sobre la práctica de creación y producción de objetos en el contexto cubano de la crisis. Estos registros, que más que sistemáticos son crónicos—en sus acepciones de extensión en el tiempo y de relato de hechos—, los acompaño con términos, declaraciones e imágenes textuales que buscan resignificar gestos, articular modos de hacer y desafiar prejuicios.

Uso el término desobediencia tecnológica para reunir aquellas prácticas desarrolladas en Cuba para aliviar dicha crisis; prácticas que exponen y ponen en cuestión las limitaciones del contexto y de los artefactos industriales provenientes de economías capitalistas y socialistas. Pero antes que nada desobediencia tecnológica fue el título de un manifiesto que terminó modulando mi aproximación metodológica y crítica sobre los modelos de investigación y tecnologías académicas, que otros usan desde afuera para analizar nuestro contexto. Arquitectura de la necesidadobjetos de la necesidaddeclaración de necesidad son conceptos y herramientas teóricas que elaboré para conversar con colegas y funcionarios sobre esta producción que ha sido hasta la fecha fuertemente estigmatizada. Estos términos cuestionan los calificativos impuestos desde la oficialidad a esta producción, al tiempo que me han permitido llevar esta discusión a ámbitos más amplios –arte contemporáneo,  investigación a través del diseño, teoría e historia del diseño, filosofía, sociología, por nombrar algunos– y contrastar nuestras experiencias con otras historias de creación y producción de bienes fuera de la isla.

Cuando uno se dedica al estudio de la vida material en Cuba, del período de la Revolución, sabe que lidia con una producción que está condicionada por la ausencia de libertades cívicas, políticas y económicas. Desde ese hecho, es difícil traer a discusión el valor de prácticas que existen como respuestas a una situación de vida coartada y deplorable. Me pregunto por qué este tipo de actividades son consideradas formas de resistencia en otros contextos, mientras que su ocurrencia en Cuba es entendida –por algunos sectores de la sociedad, dentro y fuera de Cuba– como expresiones del conformismo o la resignación. ¿Existirían estas formas si las condiciones políticas en Cuba fueran otras? Indagaciones en países con diversos sistemas políticos, en el Caribe o en América Latina, e incluso en Miami, confirman que sí (aunque en menor proporción), y suceden tanto en la transformación de viviendas, como del espacio urbano. Gran parte de la producción que llamamos cultura popular existe en distintos lugares como respuesta a formas de opresión, en Cuba no es distinto. La producción vernácula cubana de las últimas décadas desafía por un lado al monopolio de la importación, la producción y la distribución de bienes, que el gobierno socialista defiende como economía centralizada. Por otro lado, estas prácticas creativas existen como confrontación a los límites y problemas que acompañan a las mercancías capitalistas: altos precios, obsolescencia programada, inaccesibilidad de los sistemas técnicos, contaminación ambiental, despilfarro energético. Estos bienes, muchas veces inadecuados para nuestro contexto —como los ventiladores que no soportan el uso exigido por las temperaturas en la isla — llegan a los hogares cubanos vía el monopolio de la importación controlado por  el gobierno.

Las producciones populares de Cuba relacionadas a la precariedad material enfrentan múltiples críticas provenientes de todo el espectro ideológico. Por un lado, reciben la estigmatización del régimen, que las enmarca como acciones delictivas, aún cuando en términos políticos responden a principios que los ideólogos del poder en Cuba enarbolaban. La contradicción se acentúa porque estas prácticas se asemejan o derivan de aquellas organizadas desde el gobierno para sobrevivir el embargo comercial norteamericano, como en las publicaciones El libro de la familia y Con nuestros propios esfuerzos, mencionados anteriormente. Por ejemplo, ¿por qué no aplica el “estado de excepción” (legal y cultural) bajo el cual el gobierno ampara sus prácticas de piratería[7] a las actividades llevadas a cabo por la población para confrontar, además del embargo, la ineficiencia y corrupción del propio gobierno totalitario?

Es común también que desde las instancias culturales del régimen se empleen términos peyorativos para deslegitimar las producciones asociadas a la sobrevivencia. El uso paternalista del apelativo “vulgar” se repite en televisión nacional, y en la voz de altos funcionarios, para sancionar los contenidos que circulan en el Paquete Semanal, en la música urbana conocida como Reparto[8] y para definir la arquitectura transformada por sus habitantes, por citar tres de los campos de producción más dinámicos. La incoherencia del gobierno puede ser un hecho que resaltamos siempre con ingenuidad. Otorgar al comportamiento voluble del régimen un carácter de inconsistencia ideológica, o asumir sus errores como deslices intelectuales de sus torpes gestores pudiera ser, más que un gesto irónico, risible. ¿No es esa la misma crítica velada de intelectuales de izquierda a los resultados fallidos de la instauración del socialismo en Cuba? Esa crítica, cargada cuando menos de racismo (“en el Caribe no saben hacer el socialismo”), regala un margen de mejora a un gobierno que ha controlado de forma totalitaria la vida política de Cuba por más de sesenta años, y a un sistema económico y político que ha fracasado en todos los contextos. Lo que se ha instaurado en Cuba no es distinto de un capitalismo monopolista de Estado con momentos de inversión en lo social, medidas populistas y con fines propagandísticos, en su mayoría. Sin embargo, aplicar éste término al régimen cubano es otorgar carácter de Estado a la ocupación del poder por la familia Castro. Quizás tampoco deba usar la analogía del capitalismo monopolista de Estado para describir un régimen socialista. El socialismo cubano debe entenderse como lo que es: un gobierno opresor que anula y enmudece al individuo limitando su existencia y quehacer en todos los órdenes.

Desde los años noventa he tenido conversaciones con colegas y funcionarios sobre las producciones populares cubanas. Era y sigue siendo común que muchas de estas conversaciones terminen en un debate sobre el gusto estético. Llamar kitsch o de mal gusto a esta producción es lo más fácil y también lo más huidizo en términos políticos. ¿Cuántas veces escuchamos a los responsables de Arquitectura y Urbanismo de la Ciudad de la Habana, culpar al mal gusto de la población por el deterioro de la ciudad?, como si el brote de delfines y sirenas en las decoraciones de las fachadas fueran los culpables de la ola de destrucción que aqueja a la urbe. Al empujar el debate hacia la esfera del gusto se evita, en primer lugar, reconocer (o entender) la necesidad como el principio generativo común a toda esa producción. En segundo lugar se elude señalar la incapacidad del régimen para resolver el déficit habitacional del país.

Que el gobierno se excuse en el gusto no es sorpresa; excusarse ha sido su único esfuerzo visible. Que lo hagan los creadores e intelectuales cubanos es de una inconsistencia y falta de carácter inigualables, o me corrijo, igualables a aquella falta de carácter que Helio Oiticica criticó en el Brasil de la dictadura y que llamó convi-conivência.[9]

Se sabe que a las que llamamos instituciones en Cuba son, únicamente, distintas formas burocráticas y lingüísticas de un mismo aparato policial, algo así como distintos departamentos de un mismo ministerio. No hay distinción profesional que no pueda ser borrada por las directivas de esa única institución ideológica y militar.

Por esta razón, cuando uso el término desobediencia tecnológica lo hago convencido de que estas prácticas insurrectas encuentran también su expresión —a modo de denuncia y desafío—en el actual orden político, social, económico y cultural de la isla.


[1] Nosotros es el título de una novela distópica del escritor ruso Yevgeny Zamyatin (1924). Mañana es el título del primer tema del álbum Náuseas de fin de siglo (En vivo), de Santiago Feliú (1994).

[2] Acá una primera invención: es común que se le llame en Cuba “sociolismo” al socialismo. Se apela con este neologismo a una economía de mercado negro, a una corrupción generalizada, a un estado de sálvese el que pueda y quien tenga socios, que es lo mismo que decir: amigos o cómplices en posiciones de privilegio y con acceso a recursos.

[3] Durante la llamada “ofensiva revolucionaria” de 1968 se eliminaron las pequeñas y medianas empresas privadas. Solo quedaron los pequeños agricultores y un muy limitado número de transportistas ejerciendo el trabajo privado. El fracaso de esa medida (por la incapacidad del gobierno de cubrir todas las necesidades) obligó a flexibilizar, aunque muy lentamente, algunas actividades. Anteceden al Decreto-Ley del año 1993, la Resolución N.119, emitida en 1976, y el Decreto-Ley N.14 de 1978.  

[4] Durante la década de los noventa tuve como interlocutor habitual a un inspector de vivienda radicado en el barrio habanero de Luyanó. Aún siendo una opinión general, él me confirmó que desde la Dirección Municipal de Vivienda les habían pedido no reportar, hasta nuevo aviso, casos de alteraciones de viviendas. El objetivo de la medida era bajar la tensión social. Esta desregulación duró hasta el año 1995, pero para cuando se reinstaló el control en grandes sectores de la ciudad, las casas ya habían sido transformadas por las familias.

[5] Más de 38 mil cubanos escaparon empleando embarcaciones improvisadas. Para impedir un éxodo mayor, el presidente estadunidense Bill Clinton ordenó que los balseros fueran capturados en el mar y transportados hasta la Base Naval de Guantánamo, Cuba. 35 mil personas fueron procesadas y enviadas meses después a Estados Unidos.

[6] Un sistema vernáculo de distribución de contenidos digitales en la isla. Incluye películas, programas de televisión, series, telenovelas, dibujos animados, videoclips, música mp3, que circula en un disco duro externo de aproximadamente un terabyte. El Paquete Semanal opera de manera alegal pero su contenido es supervisado por la policía política. El Decreto 107 de la Gaceta Oficial de la República de Cuba No. 78 del 2024, lo prohibe explícitamente aunque el gobierno lo niegue. Ernesto Oroza, “Within Teh Revolution, Everything”, Shift Space, 2022, https://issue2.shiftspace.pub/within-the-revolution-everything

[7] La Corporación Comercio Interior Mercado Exterior (CIMEX), dependencia del Ministerio del Interior fundada en 1978, registró en Panamá en 1980 una empresa llamada Omnivideo Corporation con la intención de comercializar en centro y sudamérica películas estadounidenses pirateadas desde la Habana.

[8] Reparto, música repartera o “repa”, es un género musical surgido en Cuba que mezcla el reggaetón con ritmos tradicionales de Cuba, como la rumba y el guaguancó.

[9] Hélio Oiticica, Materialismos (Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Manantial, 2013) 111. Publicado originalmente en Ferreira Gullar y Mario Pedrosa, Arte brasileira hoje [situação e perspectivas], (Río de Janeiro, Paz e Terra, 1973). Hélio utiliza el término para referirse a la posición purista, reaccionaria y paternalista que asumen algunos intelectuales y que los convierte en cómplices del régimen que oculta los problemas éticos, sociales y políticos del país.

[a] Texto incluido en el libro Desobediencia tecnológica. La permanencia de lo temporal en Cuba. Publicado por Fiebre Ediciones, México, 2024.

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